domingo, 12 de julio de 2009

Reflexiones

Transitamos una etapa sumamente conflictiva.
Nunca antes lo corpóreo y lo espiritual estuvieron separados por una distancia tan
abismal.

Ya ni dialogan.
No se reconocen mutuamente.
El cuerpo circula desvariado.
Sin un rumbo claro

No habla con nadie
Sólo se escucha a sí mismo.
O cree hacerlo.
Se ríe y llora sin razón
En algunas ocasiones hace las dos cosas a la vez
El cuerpo se golpea, se lastima, se flagela, se devora.
Parece haber probado su propia carne y estar muy a gusto con ella.

Está desorientado
Debemos recomponer el vínculo.
Estos desencuentros siempre existieron.
No es por ser alarmistas, pero la sensación que circula nos lleva a creer que esta que las consecuencias se harán sentir más que nunca.
El cuerpo puede llegar a devorarse completamente.
Y alejarse tanto, que desde allí le será difícil regresar.
Transformándose en un cuerpo sin alma.
Vacuo, incoloro, superfluo, intrascendente.

El cuerpo necesita encontrar nuevamente universalidad. Reconectarse con la naturaleza.
Su naturaleza.
Debe volver a sentir: reír, llorar, gritar, amar, odiar con claridad.
Transmitir emociones.
Necesita despojarse de toda banalidad y buscar la plenitud.
Plenitud que lo enaltecerá.
Lo hará universal.

Que los sentidos hagan su trabajo.
Que los ojos nos marquen la ruta.
Que los oídos nos permitan escuchar todo.
Que de la boca salgan las palabras justas.

Debe ser comunicativo.
Manifestar sentimientos a través del contacto físico, del frío, del calor
El nexo entre lo interno y el externo volverá a ser la piel.
Sobre sus poros todo se manifestará
Sobre ella se llevan a cabo todas las luchas.
Su color, heridas, cicatrices, arrugas, tatuajes.
Todo será parte de esa lucha.

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